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Entradas con descuento para Depedro en Burgos.
Este es un viaje por una carretera secundaria, un camino que evidencia nuestro tránsito entre la ansiedad y la esperanza. El festejo, la emoción y la decepción, que hacen de la vida un sendero tan confuso como poético. Jairo Zavala nos muestra lo que somos. Cabezas poco claras, pero con la capacidad de amar y recordar, porque la vida se queda en donde sentimos, no en donde pensamos, y es allí, en lo que nos hace humanos, donde está “Un lugar perfecto”.
En este nuevo disco de estudio, Depedro teje una geografía folclórica y emocional de la memoria donde habita el tiempo de lo sencillo, porque es allí donde está la esencia de las cosas, donde se abre el verdadero sentido de la vida, la pulsión de decir mucho con poco.
Todo empieza con la potencia de la canción homónima del álbum. Un tema que advierte los valles sonoros por lo que hemos de viajar. La escucha y el territorio. Se trata de un fantástico desert blues que cabalga junto a las espuelas de la música popular brasilera y el bombo legüero argentino, lo que demarca la mano mulata y de finas métricas del genio productor del disco, Gustavo Guerrero, el diablo de las maderas ardientes. Un tema que sabe bien que para llegar a donde apuntamos, no podemos olvidar de donde venimos y quién nos ha acompañado en el trayecto.
Vamos haciendo del oído una cartografía y entre el altiplano y el puno encontramos “La Gloria”, una canción extraordinaria de cómo la trascendencia no está en otro lado que no sea el heroísmo de la vida diaria, en atreverse a vivirla con dignidad, humildad y belleza. Lo que tanto se extravió con el antropocentrismo occidental. Jairo lo dice muy bien: “El orgullo modifica las ideas, es disfraz del inseguro y es el antifaz de la soberbia”. Para ello se necesita de locos que defiendan la memoria, aunque sea un reto, porque representa la posibilidad que camina en suelo quebradizo, un frágil diente de león que sin embargo sostendrá nuestras caídas y alejará al mundo del olvido. El futuro es hoy. Zavala lo sabe y avienta una filosofía de vida con el arte de lo concreto: “Es la gloria: la memoria y el instante: lo importante”.
El corazón se va escurriendo por la ventana y en el campo encuentra “La siembra”, una fina bachatita pa’ bailar con arreglos increíbles de cuerdas que evocan una tarde de mariachi en alguna plaza popular del DFctuoso, y que como las otras, lleva un mensaje preciso. No tenemos que invocar a ninguna magia o a ningún mesías si sembramos conciencia, amor y respeto. Ser nuestros propios mesías. “Vemos unas huellas, nuestro paso, hoy las ordena”, dice Depedro, porque sembrando memoria, cosecharemos el presente del futuro.
Entre las mesetas elevadas tomamos un respiro a través de una delicada marcha de batería y un bajo muy preciso que aterrizan en el tema, “Habilidad,” en el que Zavala clama por el error como la manera más plena de aprender que la responsabilidad no es una obligación sino un derecho. Otra es “Coreografía”, un absoluto guiño a su banda inicial, Vacazul, pero como si esta se hubiese enamorado de Madagascar y su valiha (instrumento nacido en esa isla africana); la rola habla de que la vida es perderse continuamente para volvernos a encontrar.
El mapa audible nos lanza al momento groove del disco, “Ojalá el amor nos salve”, un colorido vórtice que ofrece buenas razones por las cuales exigir más amor y menos egoísmo entre la absurdez de nuestra especie. Un salto al vacío funky para tratar de caer de pie en una dimensión más noble, sin violencia, prejuicios o culpas.
Por supuesto, Depedro, saca sus ancestros latinoamericanos sumados a la valiha malgache para hablar del “Niño de piel de cuero”, que “todas las fronteras las borra con su aliento”. Ese niño bien pudiera representar a esos pueblos de América y África que tanto han luchado por despertar, pues les han quitado todo, hasta el miedo.
Entre las ondas punzantes llegamos a la “Fábula de la diferencia”. Tan visual y evocativa. Canción con la que uno podría imaginar a Gardel musicalizando un filme de cine noir. En ella Zavala desnuda la voz, se le percibe vulnerable, más humano. El tema hace honor a su nombre porque “la diferencia” también está en sus distintas atmósferas, eso la vuelve extraordinariamente teatral. El tema mismo tiene cuerpo y actúa. La letra me recuerda a lo que una vez, una mujer indígena maya, le pidió al mundo: “Ayúdenos a entender que somos iguales porque somos diferentes”, o bien lo que Ortega y Gasset nos advirtió: “En vez de disputar, integremos nuestras visiones en generosa colaboración espiritual”.
En el recorrido entramos en un tema muy bello, “Lo que va pasando”, que bien podría referir a esos compañeros de vida con quienes hemos librado tantas batallas, recorriendo nuestros dolores y alegrías. Zavala apunta: “Hablando la lengua que aprendimos de la marea, para entendernos, aunque no quede verbo que explique lo que nos espera”; y es que muchas veces el amor es la mezcla de dos olvidos en beneficio de una realidad compartida. La esperanza viene cuando lejos de la soberbia, tejemos un sentido (en) común.
Y luego la “Niebla” se suspende. La parte de la memoria que nos miente y nos traiciona, desvaneciéndose en retazos insondables, ¿recordaremos cuando empezamos a olvidar? Ante el eminente paso del tiempo, es el amor el único capaz de recordar quienes somos.
En este séptimo disco de estudio, Depedro, deja claro que la esperanza se trabaja y se ejerce, que el amor no existe sin desdicha, sin el sacrificio de hacer a un lado el yo para dejarle ser al otro, porque después de todo, negarse al amor destruye el pensamiento.
“Un lugar perfecto”, simboliza los caminos secundarios donde conviven la diferencia y el cotidiano, el principio del nosotros que clama por volver a ser peregrinos de la vida y no turistas de la indiferencia. Zavala sabe que en la vida nada es una pérdida de tiempo si la sabes encausar. Invita también a religarnos como una sucesión de montañas que se van abrazando entre sí para hallar lo más humano dentro del humano. Un límite en el infinito para no perdernos, como nos lo revelan las coordenadas del propio artista que no podría mirarse al espejo sin el diálogo entre su querida sierra madrileña y los andes. La ausencia y el recuentro. La frontera y la utopía. Paredes que lejos de ser muros, son la posibilidad de revolcarse con la libertad.
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